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La ayuda del sacerdote



Como lo han afirmado muchos santos el sacramento del sacerdocio es: "un misterio infinito dentro de una vasija de barro".

muchos santos han testimoniado sobre la gran labor y la importancia que tiene un sacerdote en la sociedad (médico del alma y por tanto del cuerpo, confesor, ayuda psiquiátrica, consejero, etc.). En situaciones de maleficios extremos y posesiones, es quizás la única y última ayuda que queda cuando todos los otros medios se han agotado. Nuestro deber no es juzgarlos sino orar a Dios para que se santifiquen y ayuden a santificar su grey.

Todos sabemos sobre la grave crisis por la que actualmente atraviesa la Iglesia con los escándalos y el respectivo daño que algunos clérigos le han causado. Sin embargo, tal y como ha dicho nuestro actual Sumo Pontífice el Papa Francisco y sus antecesores, debemos tener en cuenta que hay muchas falsas acusaciones que solo tienen como motivo sacarle dinero a la Iglesia mediante cuantiosas demandas, y que no han sido pocos los sacerdotes que han tenido que hacer frente a las ignominias de una falsa acusación.

Según manifestó el ya desaparecido escritor argentino Hugo Wast:

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote.

Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote.

Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino.

Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos.

Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios.

Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales.

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.

Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.

Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que más que una Iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, es un seminario o un noviciado.

Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor.

Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista o de un novicio, es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo, pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar al mundo.

EL SACERDOTE ES HOMBRE DE PARADOJAS

El Sacerdote es un hombre polifacético en su bien definida personalidad. Su larga carrera de diez, de trece o más años, le da muchos títulos.

Es Médico: cura heridas cancerosas sin sajar con el bisturí, salvando muchas vidas del fracaso. Y a veces -esto no lo puede hacer ningún otro médico- resucita muchos muertos trazando la cruz de la absolución sobre el alma penitente...

Es abogado: defiende las causas humanas ante un tribunal inapelable. Alcanza muchas absoluciones de condenados a pena eterna, y puede conmutar la pena de cadena hasta de siglos, por una oración...

Es Ingeniero: ayuda a orientar muchos caminos; a construir o reconstruir vidas deshechas o incipientes...

Es Maestro: enseña, ese es su papel principal. Enseña cuando se lo permiten las leyes, en las escuelas primarias, en las escuelas superiores, en las universidades. Y enseña siempre, aunque lo martiricen con tormentos de luz o con drogas que despersonalizan; enseña siempre, la única ciencia necesaria según aquella sentencia: "Aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada".

Es Pescador: Pescador de río por la paciencia en esperar la vuelta del cristiano infiel; pescador de mar por su vida de sacrificio en bien de los demás...
Es Doctor, y pastor, y embajador y guía, y conquistador, capitán... y especialista universal de todos los problemas de los hombres...

El Sacerdote es el hombre de las paradojas y el más desconcertante de los hombres, se le llama "presbítero" -anciano- aunque apenas haya pasado los veinticuatro años que pide el derecho de la Iglesia para hacerlo su ministro. Y aunque esté encorvado por el peso de los años y tenga la cabeza nevada por el invierno de la vida, seguirá diciendo al comenzar su Misa: "Me acercare al altar del Señor que alegra mi juventud".

Aunque no se haya doctorado en las universidades famosas, es consejero de sabios y de reyes; tiene la potestad de enseñar a todas las gentes, aunque sus homilías son sean una obra de ingenio retórico. Está en el mundo, y vive para el mundo pero no es del mundo...

Es siempre rico, millonario... aunque lleve una sotana raída y verdosa; tiene en sus manos el tesoro de los sacramentos...

Lleva la carga de nuestra humanidad insignificante, y puede con su voz hacer bajar a Yahvé - Hombre a un pequeño trozo de pan, y sus manos creadas pueden sostener al Creador. Su vida humana terminará -siguiendo la condición de criatura-. Pero seguirá siendo SACERDOTE para siempre; por toda la eternidad. Único tratamiento que se puede llevar más allá de la tumba.

Por eso, por su desconcertante personalidad, el Sacerdote es el ser más incomprendido, y por eso el más vituperado.

No se le puede tolerar que este de mal genio, aunque haya gastado todo el día y hasta la noche en servir a los siervos de Dios.

Se le llama rancio cuando sigue derroteros antiguos; novedoso y atrevido si quiere usar en su apostolado los medios modernos.

Se olvida que es sacerdote para todos, y el rico ve mal que trate bien al pobre, y el pobre le llama cochino burgués si atiende a los ricos.

Si su labor brilla se le llama ostentoso; si todos sus trabajos pasan el la oscuridad del anonimato es un holgazán, vividor y algo más.

Por eso deberíamos de admirar al Sacerdote y tratar de comprender las paradojas de su ministerio y todas la modalidades de su personalidad. Por eso deberíamos de rogar siempre por el sacerdote que nos bautizó, por el sacerdote que nos dio la primera comunión, por el que nos asistirá en la última hora. Por todos los sacerdotes: que el Señor guarde el tesoro divino que llevan en pobre vaso de arcilla humana.. Que el Señor los guarde del mundo. Que el Señor los santifique.

Este artículo del padre Aureliano Tapia Méndez (cuando era seminarista) se publicó en la revista del Seminario de Zamora en agosto de 1954.
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