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Los sacramentales y su valiosa ayuda


Los sacramentales nos protegen de tres principales dominios del demonio sobre los hombres: a) provocar males físicos sobre estos, sus bienes y su salud (véase como ejemplo el libro de Job en la Biblia); b) las tentaciones que incitan al pecado; c) afectar los cuerpos de los hombres (con posesiones diabólicas, infestaciones, etc.). Con el fin de refrenar, debilitar y repeler dichos influjos diabólicos, se emplean varios sacramentales y en especial los exorcismos. Adicionalmente, los sacramentales atraen bendiciones y salvaguardia sobre quienes los usan.

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Es muy importante aclarar que los sacramentales no pueden ubicarse en el mismo nivel que los sacramentos (ni siquiera el exorcismo como sacramental que es. Tomemos el ejemplo del sacramento de la confesión o también conocido com el de la reconciliación, el cual es mucho más poderoso que un exorcismo. Por su parte, el exorcismo está al nivel de una bendición. Una buena confesión bien realizada podría equivaler a cien exorcismos. Por tanto, vemos así reflejado el poder de este sacramento para la salud interior, mental y aún física entre otras más bendiciones de orden material y espiritual.

Según el catecismo de la Iglesia Católica, los sacramentos obran ex opere operato (por el hecho mismo de que la acción es realizada), es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo realizada de una vez por todas. Por tanto, siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la iglesia, el poder de Cristo y del Espíritu Santo actúa en él y por él, independientemente de la santidad del ministro. Más empero, los frutos de los sacramentos dependen de las disposiciones de quien los recibe (CEC 1128).

Por su parte, los sacramentales obran ex opere operantis, es decir, en proporción a la fe de quien los utiliza. Estos no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella (CEC 1670).

Por tanto, en la continua lucha contra el maligno y las fuerzas del mal que debe sostener todo cristiano, sacramentos como la confesión y la comunión son más importantes que el exorcismo porque la primera restaura la amistad con Dios que la persona pierde con el pecado, mientras que la segunda sana, fortalece y alimenta el alma para continuar su peregrinar en el mundo. La fuerza del Espíritu Santo que obra en los sacramentos, no sólo aleja al pecador de la condenación eterna, sino que lo renueva interiormente, fortalece su voluntad, lo protege contra los asaltos del demonio y los conserva en comunión de amor con Dios.

¿Qué son los sacramentales? 

(Del latín tardío <<cosas sagradas>>)

En el sentido etimológico se entiende como todo lo que pertenece o se deriva de los sacramentos y de las ceremonias sacramentales. El catecismo de la iglesia Católica al respecto formula:

Los sacramentales son: "signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida".

El fin primordial por el cual Jesucristo instituyó la Iglesia fue para conferirnos la gracia necesaria para nuestra salvación y santificación. Los principales canales de gracia son la Santa Misa, los sacramentos, la oración y podría decirse que los sacramentales constituyen una importante ayuda adicional para el bien de los fieles en cuanto a que nos disponen para recibir la Gracia Santificante.

Los efectos de los sacramentales



La Iglesia siempre se ha persuadido que en los sacramentales existe una fuerza y eficacia especial para producir algunos efectos sobrenaturales, tanto espirituales como corporales. Dichos efectos pueden reducirse a cuatro:

1. Concesión de la gracia actual. Que es el principal efecto de los sacramentales; como la bendición de un abad, la bendición nupcial, etc., conceden gracias actuales para cumplir dignamente las obligaciones aceptadas.­ Las gracias actuales se estiman suficientes y eficaces para lograr dichos efectos.

2. El perdón del pecado venial. Virtud que por lo general se ha atribuido a los sacramentales, tales como el agua lustral, las cenizas bendecidas al principio de la Cuaresma, algunas oraciones, etc.

3. La represión del demonio. Cuyos efectos ya lo mencionamos al comienzo de esta entrada.

4. La operación de un bien temporal. La bendición de los enfermos, las que se dispensan a criaturas irracio­nales o sobre casas, cosechas, etc., buscan primordialmente estos efectos. 

Los sacramentales son signos de la fe de la Iglesia, de esta fe provienen todo su fuerza o poder. Instituidos como tutela de los fieles contra el demonio, aumentan los bienes materiales y espirituales, a la vez que santifican en la medida en la cual son impartidos y recibidos con fe. Los sacramentales son un efectivo complemento a los sacramentos en la lucha contra el maligno.

Cómo actúan  los sacramentales.

Todo lo que es bendecido incomoda al diablo y debilita su acción. Por tanto, de forma complementaria a la vida en gracia de Dios los exorcistas recomiendan el uso permanente del agua bendita, la sal y el aceite consagrados o bendecidos.

Quizás ya nos hemos podido hacer una idea de la forma en que actúan los sacramentales, pero creo conveniente adentrarse un poco más en este interesante aspecto. Puede decirse que para la gran mayoría de estas herramientas de fe, la materia objeto de bendición o el respectivo símbolo está intrínsecamente relacionado con su desempeño. Demos un ejemplo para dejar más claro lo anterior: No hace mucho leí el libro “Habla un Exorcista”, publicado por la Editorial Planeta, del Padre español Gabriele Amorth quien es un gran especialista en este tema; en el mismo, relata el sacerdote que al estar haciendo un exorcismo se le ocurrió hacer un experimento y en lugar de bendecir agua para rociar y dar de beber al poseso bendijo una bebida gaseosa o refresco, el cual, una vez salpicada sobre este último no produjo casi efecto alguno y en su lugar se ganó una agria reconvención por parte del demonio que pretendía expulsar, quien se dio clara cuenta del cambio en el líquido sagrado.

La conclusión del Presbítero Amorth fue entonces la que queremos aquí demostrar, la materia del agua y quizás lo que esta representa o simboliza (vida, renovación, salud, pureza, limpieza, etc.) está sujeta a su fuerza sacramental una vez bendecida. Otro ejemplo interesante lo hallé en la obra de la mística alemana Ana Catalina Emmerick, ella menciona que en la antigüedad los paganos acostumbraban sentarse o acostarse encima del centro de una cruz trazada en el piso, ya que constataban que con esta práctica se veían libres de enfermedades e influjos maléficos. Para nosotros los cristianos es muy conocido el gran significado que tiene este símbolo máximo si va acompañado de la imagen de un Cristo crucificado. Lo curioso es saber que aun antes de la muerte de Jesús ya la Cruz tenía un poder intrínseco en sí misma, quizás como preludio de ser el mayor instrumento de nuestra salvación.

En general, puede afirmarse que algunos sacramentales sirven como barreras para bloquear algunos males ya sea que provengan de influencias demoníacas o eventualidades de la vida (por ejemplo los accidentes, riñas domésticas o laborales, etc.), entre estos tenemos las medallas bendecidas como la de San Benito, de la cual ya tratamos en otra entrada de este blog. Otros nos purifican y limpian para disponernos a recibir bendiciones, salud y gracias como el aceite, la sal y el agua bendecidos. Algunos sellan, marcan o delimitan un lugar, una cosa, animal, persona… como propiedad de Dios y por tanto bajo su protección; como por ejemplo las bendiciones. También están los que al impregnar con su emanación un lugar o ambiente lo bendicen, tal ocurre con el incienso, la luz de velas benditas, el sonido de las campanas bendecidas y la música sagrada entre otros. No debe dejarse de lado que todos los sacramentales de una forma u otra poseen todas las anteriores cualidades en mayor o menor grado y que también el hecho de llevar una vida conforme al evangelio preverá la debida protección en forma plena. 

Es muy probable que el radio de acción de los sacramentales por así decirlo, se propague a la gran infinidad de cosas que comprende la vida humana y las variadas esferas o relaciones en las que una persona se desarrolla en su vida natural y sobrenatural con el fin de bendecirlo y protegerlo continuamente. Es como si el portar en forma permanente alguno de estos instrumentos de fe estuviésemos en constante oración y contacto con la gracia Divina.

Se hace necesario tratar sobre el tema de las reliquias cristianas. Estos objetos de culto han estado presentes desde el nacimiento de la iglesia. Durante la edad media eran buscados como verdaderos tesoros, en especial por la realeza y las altas clases sociales debido a la obtención de las bendiciones de orden material y espiritual, y la protección que brindaba el santo a quien pertenecía la reliquia. De aquí podemos inferir la importancia de portar uno de estos santos objetos.

Si bien es cierto actualmente es muy difícil conseguir alguna reliquia, lo que puede hacer el fiel católico es tratar de poner en contacto algún sacramental con alguna reliquia de la cual tenga conocimiento o pueda tener acceso.

La palabra “reliquia” viene del latín reliquiae, que significa "me abandono o que dejo atrás, o también los restos de alguien o los residuos de algo" Cuando el alma se separa del cuerpo en el momento de la muerte, los restos se convierten en una reliquia sagrada de esa persona.

Es razonable que los hombres y mujeres que fueron reconocidos como los más unidos a Cristo resucitado y de su Iglesia durante su vida terrenal, posteriormente se quería poseer sus restos venerados en oración por aquellos que se sentían seguros de su presencia en medio de la comunión de las almas y de los santos.

Reliquias reales pueden ser los restos mortales de una persona, su ropa, u otros objetos que pueden haber jugado un papel en una muerte sacrificial. Reliquias de segunda clase son objetos que han sido tocados a la reliquia de primera clase o de la tumba de la persona santa.

“El sentido religioso del pueblo cristiano siempre ha encontrado su expresión en diversas formas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia, tales como la veneración de reliquias,” corrobora el Catecismo de la Iglesia Católica (1674). De hecho, cuando el sacerdote besa el altar al comienzo y al final de cada misa, a la vez reverencia a Cristo y saluda al santo cuyas reliquias se encuentran dentro.

Reliquias incluyen los restos físicos de un santo (o de una persona que se considera sagrada, pero todavía no está canonizada oficialmente), así como otros objetos que han sido "santificado" por haber estado en contacto con su cuerpo.

Estas reliquias se dividen en dos clases:

■ La primera clase o reliquias reales incluyen las partes físicas del cuerpo, ropa e instrumentos relacionados con el encarcelamiento de un mártir, su tortura y ejecución.

■ La segunda clase o reliquias representativas son las que los fieles han hecho tocar con alguna de las partes físicas del cuerpo o con tumba del santo.

El uso de reliquias tiene su fundamento en la Escritura sagrada. En 2 Reyes 2: 9-14, el profeta Eliseo recogió el manto de Elías luego que este había sido llevado al cielo en un torbellino. Con esta prenda, Eliseo golpeó las aguas del Jordán, que luego se separaron para que pudiera cruzar. En otro pasaje (13:20-21), algunas personas enterraron a toda prisa a un hombre muerto en la tumba de Eliseo, "pero cuando el hombre entró en contacto con los huesos de Eliseo, volvió a la vida y se puso de pie." En los Hechos de los Apóstoles leemos: "Mientras tanto, Dios hacía milagros extraordinarios a manos de Pablo. Cuando los paños o trapos que había tocado su piel se aplicaron a los enfermos, sus enfermedades se curaron y los espíritus malignos salieron de ellos" (19: 11-12).

En estos tres pasajes, se le concedió una reverencia al propio cuerpo o la ropa de Elías, Eliseo y San Pablo quienes eran muy santos y de hecho instrumentos escogidos de Dios. Así, los milagros estaban conectados con estas "reliquias". No es que existía algún poder mágico en ellas, pero igualmente la obra de Dios se realiza a través de las vidas de estos hombres santos, por lo que hizo que su trabajo continuará después de su muerte. Del mismo modo, al igual que la gente se acercó más a Dios a través de las vidas de estos hombres santos, (incluso a través de sus restos)igualmente inspiraron a otros a acercarse más, incluso después de su muerte. Esta perspectiva proporciona la comprensión de la Iglesia respecto de las reliquias.

La veneración de las reliquias de los santos se encuentra en la historia temprana de la Iglesia. Una carta escrita por los fieles de la Iglesia de Esmirna en el año 156 proporciona una historia de la muerte de San Policarpo, obispo, que fue quemado en la hoguera. La carta dice: "Nos condujo a los huesos, que son más valiosos que las piedras preciosas y más finos que el oro refinado, y los puso en un lugar adecuado, donde el Señor nos permite reunirnos a nosotros, en la alegría, y al celebrar el cumpleaños de su martirio”.

En esencia, las reliquias, los huesos y otros restos de San Policarpo, fueron enterrados y la tumba en sí era el "relicario". Otras leyendas doradas dan fe de que los fieles visitaban los lugares de enterramiento de los santos y los milagros ocurrían. Por otra parte, en este momento vemos el desarrollo de los "días de fiesta" que marcan la muerte del santo, la celebración de la misa en el lugar del enterramiento y una veneración de sus restos.

Después de la legalización de la Iglesia por parte del imperio romano en el año 312, las tumbas de los santos fueron abiertas y las reliquias reales eran veneradas por los fieles. Un hueso u otra parte corporal se colocaban en un relicario, una caja, un medallón y más tarde en un vaso especial para la veneración. Esta práctica creció sobre todo en la Iglesia de Oriente, mientras que la práctica de tocar el paño a los restos del santo fue más común en el occidente. En la época de los merovingios y carolingios períodos de la Edad Media, el uso de reliquias era común en toda la Iglesia.

La Iglesia se esforzó para mantener el uso de reliquias en perspectiva. En su Carta a Riparius, San Jerónimo escribió en defensa de las reliquias: "Nosotros no adoramos, por temor a que debemos inclinarnos a las criaturas antes que al Creador, pero veneramos las reliquias de los mártires para adorar mejor a Aquel cuyos mártires adoran".


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