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Los Salmos, el libro para el Pueblo de Dios

salmos para el pueblo de Dios
Eliodoro arrojado del Templo  por Gustave Doré

El Libro de los Salmos de las Sagradas Escrituras son una preciosísima colección de himnos y canciones sagradas, con las cuales la antigua Iglesia del pueblo de Dios acostumbraba cantar las alabanzas del Señor, tributarle gracias por los beneficios ya recibidos y encender los corazones de implorar su misericordia en las necesidades; igualmente, ensalzar la santidad de la Ley de Dios por su amorosa y paternal providencia hacia el pueblo de Israel, finalmente hacer memoria de las obras grandes del Señor, y en particular de los prodigios mostrados a su pueblo elegido.

Fue antiquísima costumbre entre los Hebreos el trasmitir a la posteridad por medio de cantares la memoria de los grandes sucesos históricos o religiosos de la patria; cantares que, con la dulce armonía del verso y el aliciente del estilo poético, se aprendían fácilmente desde la mas tierna edad, y eran por eso un medio seguro y cómodo para conservar el depósito de la historia de la nación: medio conocido también y usado por otros pueblos de la tierra. 

Mas en el pueblo de Dios, cuyos monumentos históricos son muchísimo más antiguos que los de cualquiera otra nación del mundo, la poesía fue consagrada ya desde su principio únicamente a su verdadero y justo objeto, esto es, a las alabanzas del Señor, y al servicio de la Religión y de la virtud. Por otra parte, los himnos o cantares fueron siempre compuestos por varones, no solamente ilustres por sus talentos y hechos, sino también animados del Espíritu de Dios, el cual les dictó aquellas composiciones; y por lo mismo fueron siempre veneradas como parte del Sagrado tesoro de las Divinas Escrituras, conteniendo además de los sucesos memorables, preciosos documentos de piedad, e insignes profecías de lo venidero. En el libro del Éxodo se ve el admirable cántico sobre el paso de mar Rojo; y en el Deuteronomio, aquel en que Moisés dio al pueblo un compendio de toda la Ley, vaticinando el estado del pueblo en el porvenir, según que observase o no la misma Ley. En Judith hemos visto una insigne Profetisa, que con un sublime cántico describe el triunfo que consiguió sobre el soberbio Holofernes, alabando a Dios y publicándole autor de la empresa. Los libros de Moisés están llenos de vestigios de semejantes poesías en los mas remotos tiempos; como también en los posteriores los libros de los profetas y los del Nuevo Testamento.

Pero el santo Rey David recibió de Dios el singular don de componer un gran número de estos cantares: que por eso es llamado el insigne cantor de Israel; y cantor inspirado de Dios, pues por mí (dice) habló el Espíritu del Señor, y la palabra de Dios estuvo sobre mi lengua: por cuya razón los adoptó para su uso la Sinagoga. Así leemos que en la dedicación del templo de Salomón cantaban los Levitas al son de sus instrumentos los himnos del Señor, hechos en su alabanza por el rey David. En la restauración del culto de Dios mandó lo mismo el rey Ezequías. Finalmente, después de la cautividad de Babilonia vemos á los Levitas cantando las alabanzas de Dios con los Salmos de David rey de Israel. 


Ciento y cincuenta son los Salmos que contiene la colección transmitida por la Sinagoga a la Iglesia cristiana los cuales, a lo menos la mayor parte, nadie niega que tienen a David por autor. No se guardó, al reunirlos en un volumen, ningún orden cronológico; pues se ven muy al principio Salmos compuestos cuando la conjuración de Absalón, como el Salmo III y otros; y al fin del Salmo LXXI se indica ser el último que David compuso en su ancianidad. Bien es sabido como algunos Salmos son usados por los exorcistas para invocar el Poder de Dios contra el maligno, como por ejemplo el Salmo 90.

Aunque los títulos o inscripciones que tienen los Salmos son también de autoridad canónica, especialmente los que se han leído siempre en el texto hebreo, y en las versiones mas célebres; hay otros de cuya autoridad dudan muchos, porque ni se leen en el texto original, ni han sido reconocidos por los Padres de la Iglesia. Trata este punto difusamente el sabio P. D. Calmet en su disertación sobre los tales títulos.

Mas como dice un piadoso y crítico expositor, el cardenal Belarmino, mas bien que de intérprete necesitan de adivino, Convienen todos en que los Salmos fueron compuestos en verso y en verso propio para cantar, pero no se sabe que especies de verso fueron y menos la música que servía para acompañar dicho canto, y que se señalaba en el titulo del Salmo.

Clemente Alejandrino, diligentísimo investigador de las memorias antiguas, nos asegura que la música sagrada del pueblo hebreo era seria y majestuosa, y digna de aquel Señor que quiere ser servido con un santo temor y temblor, como lo señala el mismo real Profeta, Salmo II, v. 11. Todo lo cual indica la especie de música que puede admitirse en los templos de los Cristianos; quienes hacen profesión de adorar al Padre en espíritu y verdad.

El argumento de los Salmos es tan variado y fecundo en ideas, que podemos decir que contienen en el salterio todas las preciosas verdades de la Religión, que se hallan esparcidas en los otros libros sagrados. Porque como dice San Ambrosio en su prefacio sobre los Salmos: Cuanto se enseña en la Ley, cuanto leemos en la historia sagrada, cuanto anuncian los profetas, y cuantas instrucciones, avisos y correcciones se hallan en la moral, otro tanto se encuentra en los Salmos. Por esta razón cuando los leo, registro en ellos todos los misterios de nuestra Santa Religión, y todo lo que vaticinaron los profetas: veo y reconozco la gracia de las revelaciones, los testimonios de la resurrección de Jesucristo, los premios y castigos de la otra vida: y aprendo confundirme y avergonzarme de mis pecados, y a detestarlos y evitarlos enteramente. El ejemplo de un Rey y Profeta tan grande me sirve de modelo, para que procure arrepentirme muy de corazón de todos ellos, llorarlos con amargas lágrimas, y precaverme en adelante para no volver á cometerlos. 

Es necesario advertir aquí que a veces la versión latina Vulgata de los Salmos discrepa en alguna palabra del texto hebreo o griego. Pero por poco que se reflexione se ve que comúnmente una y otra lección van a parar a un mismo significado; y cuando esto no sucede así, proviene de que la voz hebrea tiene varias significaciones, una de las cuales han sido los Setenta Intérpretes en la versión griega, y otras diferentes versiones antiguas. Es bien sabido que un texto de la Sagrada Escritura tiene á veces dos ó mas interpretaciones: que tal es la riqueza de la Palabra Divina, que suele tener muchos pero no contrarios sentidos, como explican los Santos Padres. Esta variedad de sentidos no trae inconveniente alguno, antes, como observa San Agustín aumenta los conocimientos, cuando los lectores no son negligentes. 

Para leer con fruto los Salmos, dice el mismo Santo Padre, es necesario procurar revestirse de los sentimientos y afectos del real Profeta: Si el Salmo gime, gime tú también con él: si el Salmo entona las alabanzas de Dios, cántalas tú también. Así como el que se acerca á un gran fuego no puede dejar de sentir el ardor: así el que aplica seriamente su atención a estos divinos cánticos, llenos de un celestial fuego, es imposible que deje de abrasarse su corazón en santos y piadosos afectos. Son notables las palabras con que San Agustín cuenta lo que le sucedía, cuando, todavía catecúmeno, se preparaba para recibir el bautismo. ¡Oh! y que voces, dice, alzaba hacia ti, oh Dios mió, al leer los Salmos de David, aquellos cánticos que tan fielmente expresan la verdadera piedad, y arrojan del corazón toda suerte de orgullo! iQué expresiones te dirigía yo á ti, oh Dios, con aquellos Salmos! ¡Y cómo me abrasaba con ellos de amor hacia ti, y deseaba ardientemente el recitarlos, si posible me fuese, por todo el mundo, contra la soberbia vanidad del género humano!

Hubiera querido que los enemigos de la piedad se hubiesen hallado cerca de mi, escuchándome, sin advertirlo yo, mirándome al rostro, y oyendo mis voces cuando leía el Salmo cuarto, para que concociesen el efecto que en mi produjo el verso aquel: «Oyóme Dios, que es mi justicia, cuando le invoqué. Ten misericordia de mí, y escucha benigno mi oración. Apoderóse de mi un espantoso temor: mas al momento se encendió en mi la esperanza, y salté de gozo, oh Padre, confiado en tu misericordia. Y todos estos afectos se me salían por los ojos y por la boca, cuando tu Espíritu de bondad, dirigiéndose a nosotros, añade: «Oh hijos del hombre, ¿hasta cuando seres de corazón estúpido? ¿Por que amas la vanidad y andáis tras de la mentira?» Conf. IX, Cap. 4).

Este bello ejemplo de San Agustín demuestra muy claramente como una alma fiel aprende con las palabras y afectos de David a adorar a Dios, y á implorar su misericordia; a detestar la ingratitud y culpas pasadas, y esperar de este modo el perdón; a bendecir y darle gracias; a pedir su amparo; a avivar en si la fe, a orar con el espíritu, como enseña el Apóstol. Tales afectos inspira la atenta lectura y meditación de los Salmos al corazón del Cristiano. Y á pesar de que ha desaparecido gran parte de la belleza y sublimidad del lenguaje y del número o armonía de voces que tanto brillan en e texto original hebreo; con todo quedan aun muchos pasajes que arrebatan el ánimo de todos los lectores.

El libro de los Proverbios

Es el primero de los cinco de la Sagrada Escritura que comúnmente se llaman Sapienciales, porque nos instruyen en la ciencia mas importante, que es la de las buenas costumbres. Este libro, el Eclesiastés, y el Cantar de Cantares tienen indubitablemente por autor al Rey Salomón; y juntamente con los otros dos, que son la Sabiduría y el Eclesiástico, han sido reconocidos siempre por la Iglesia católica como sagrados y canónicos.

Los Proverbios, como observó San Basilio, contienen documentos para arreglar nuestra vida, y nos dicen en brevísimas sentencias todo lo que debemos hacer o evitar. Inexhausto tesoro llama San Jerónimo á este libro; pues hallamos reunidas en el las reglas seguras de moral, de sana política, y buena economía para toda clase de personas. Jóvenes y ancianos, ricos y pobres, amos y criados, padres e hijos, maridos y mujeres, magistrados, reyes, todos hallan en los Proverbio lecciones de sabiduría, acomodadas a su estado y a su capacidad. Así es que los Padres griegos llaman a este libro eαναρετος Panaretos, como quien dice, el Códice o libro de todas las virtudes. 


En dos partes puede dividirse este libro. Desde el capitulo I hasta el IX contiene una bellísima y eficacísima exhortacion a la sabiduría: y después desde el capítulo IX hasta el fin los documentos de la misma. En la Vulgata se hallan algunas pocas sentencias, que vienen del texto griego de los Setenta, del cual han sido ingeridas en la versión de San Jerónimo: por eso no van señaladas con número; aunque recibidas por la Iglesia, pertenecen, como las otras, al sagrado depósito de la Escritura.

En el libro Ill de los Reyes, capítulo IV, v. 32, se dice de Salomón que compuso tres mil parábolas. Reunidas muchas de ellas en un volumen por el mismo Salomón, y recogidas otras de los demás libros suyos, por orden del rey Ezequías (cap. XXV, v. I), se formaría este sumario. Las variantes que ofrecen las versiones antiguas, según observa el excelentísimo Sr. Bossuet en su prólogo á los Proverbios, teniendo á su favor la autoridad, aprobación y uso de la antigüedad y de los Padres, pueden servirnos de mucho provecho; pues nos presentan diversas y excelentes sentencias, muy acomodadas a las reglas de la fe; sentencias que, sin el menor perjuicio del sentido principal, sirven para hacer mas recomendable la abundancia y fecundidad de las Divinas Escrituras.

Los engaños del Demonio

Consideremos que el amor de los deleites, el amor de las honras y el amor de las riquezas son las tres grandes aspiraciones que dan impulso á las operaciones o actos de los hombres, y ponen en movimiento todas las pasiones. 


Como el enemigo de la salvación conoce muy bien la violenta inclinación del corazón humano á estos tres objetos, no cesa de combatirle por estos tres flacos.

El ejemplo solo de Salomón debiera bastar para nuestro desengaño. Este poderoso rey no negó gusto alguno á sus sentidos; colmado de bienes, de honras, de aplausos y de deleites, se vio precisado a confesar, cuando estaba como anegado en un golfo de delicias lo cuanto había alado en la tierra era vanidad y aflicción de espíritu; y todas las mayores brillanteces del mundo, engaño, trampantojos, apariencia e ilusión.

Con efecto, ¿qué otras cosas se pueden encontrar en este destierro? Es cierto que el mundo promete siempre riquezas y grandes honores; pero ¿de cuándo acá fue el arbitro ni el distribuidor de esos bienes? Empeña en grandes gastos a los que siguen su partido, pero ¿qué fruto sacan de ellos? ¿cuál es su recompensa? ¿acaso fueron nunca herencia de los mundanos la paz, el gusto, ni la dulce tranquilidad de la vida?

Promételes el mundo deleites, pero ¿no les emboca en vez de deleites amargas pesadumbres? ¿brindalos jamás con algún deleite que no se les dé desleído en hiel? ¿disfrutase alguno tras el cual no venga el arrepentimiento y el dolor? Promete el mundo grandes honras, pero ¿acaso es dueño de ellas? ¿y podrá uno prometerse sincera veneración donde todo está lleno de envidiosos, de malignos y de competidores? Apenas se reconoce nunca, y mucho menos se premia en el mundo el verdadero mérito.

¿Se respeta mucho la virtud donde solo reinan la pasión, el interés, el humor, la extravagancia y el capricho? Pero bien : sea uno muy honrado, y séalo muyeramente; ¿qué cosa mas vana, que cosa mas ridícula, qué cosa mas imaginaria que estas estimaciones, que estas honras? En fin, promete el mundo riquezas, porque ser uno pobre en el mundo se considera la mayor de todas las desgracias; pero ¿a quienes se las promete? Al que se tendrá por muy dichoso si labra su fortuna después de muchos sudores y de grandes trabajos.

Cuesta mucho el adquirirlas; y supongamos por ahora que el mundo fue el que te dio eso que tanto te ha costado; pero para un hombre rico, para un hombre que llega á ser algo en el mundo (cuántos desgraciados hay en él, siendo la codicia tan universal, y tan comunes los trabajos). Por otra parte, ¿ quien podrá contar sobre estos aparentes bienes, que se nos deslizan de las manos por su propia fragilidad? Honras, deleites, riquezas, todo se apaga, todo desaparece con el último aliento de la vida.

¿Será posible, mi Dios, que, después de tanto tiempo como el mundo nos está engañando con unos atractivos tan frívolos y vanos aún no hayamos aprendido a no dejarnos engañar? 

Considera hasta dónde llega la ceguedad y la imbecilidad del entendimiento de los hombres. Si el amor de los deleites, el de las honras y el de las riquezas tiene tanto poder sobre nuestro corazón, ¿a qué fin ir à buscar esos bienes en otra parte que en su verdadera fuente? ¿dónde se gustan, ni dónde pueden gustar deleites mas puros ni mas dulces que en el servicio de Dios? La alegría y la tranquilidad son la legitima de las almas justas: la virtud por si sola es la mayor riqueza, es un tesoro por el cual se debieran dar todos los caducos bienes de este miserable mundo.

La virtud por sí sola hace al hombre respetable

¿Qué bienes hay mas preciosos ni más sólidos que aquellos cuyo principio es el mismo Dios? ¿Qué gloria mas digna de nuestra ambición que la de servir al dueño soberano de todas las cosas, al arbitro de nuestra eterna suerte? ¡O ceguedad! ¡O locura de los hombres! ¡dejarse deslumbrar, dejarse engañar por la lisonjera idea de una quimérica, de un imaginaria felicidad, que todos los mundanos se prometen, y hasta ahora ninguno ha podido encontrar.

Dónde está la razón, donde está el seso del que persuade que puede ser feliz, entregándose como presa de sus pasiones, condenando las máximas de Jesucristo, fabricándose una especie de religión acomodada al gusto de sus sentidos y por la regla de sus propias ideas, viviendo sin fe, sin devoción, sin piedad, y condenándose miserablemente? Gustos, alegrías, diversiones, abundancia, felicidad, todos son nombres especiosos que usan el vocabulario del mundo para alucinar a sus adoradores; pero en conclusión, nombres llenos de aire, y de nada mas, incapaces de engañar, de deslumbrar a un hombre de juicio y de razón. Conózcolo, Señor; pálpolo, Dios mío: dadme gracia para que cada día me convenza de ello mas y mas.

¿Se cree por ventura que Jesucristo es nuestro Dios y nuestro maestro? ¿se cree que no hay otro camino para el cielo, que el que el mismo nos mostró? ¿se cree que ninguno es admitido en la gloria, sino los que son de su partido? Pero si se creen estas verdades ¿cómo es posible que se ponga en delibración el partido que se debe tomar entre Dios y el mundo? ¿cómo es posible que este tenga tanto partido, y que este partido insulte al reducido numero de tos fieles verdaderos? ¿ A qué fin tantas condescendencias, tantos rodeos, tantas dudas, tantas consultas sobre el Señor a quien se ha de servir? Si Baal te crió, dice el 
Profeta, si es el Dios a quien adoras, síguele, y no sirvas a otro dueño; pero si el Señor es tu Dios, declárate por él descubiertamente.

¿Qué hay que consultar, ni qué deliberar en seguirle? Reflexiona con madurez estas importantes verdades. Declarate por Dios á cara descubierta; y sea tu respeto, tu modestia, tu compostura, tu devoción en el templo; sean en todas ocasiones tus palabras, tus máximas, tus dictámenes y toda tu conducta, una prueba pública y notoria de que eres de los discípulos de Cristo, y no de los esclavos del mundo.
 

Considera los bienes de este mundo como si fueras un mero depositario, un mero administrador de ellos con oblación de dejárselos a tus herederos. Cuida de ellos, administralos bien; pero no pegues a ellos tu corazón. A las honras que el mundo hace, considéralas como obsequio que se tributa a la dignidad y no a la persona. Por lo que toca á los deleites, pocos hay que no estén llenos de veneno: huye de ellos con el mayor cuidado, y admite inicialmente aquellos de que nunca te debas arrepentir. Aplicándonos con todo el corazón a ser perfectos modelos del rebaño.

Este es el medio mas breve y el mas eficaz para que todo el rebaño sea cristiano, para reformar las costumbres, para que reflorezca la religión, para que triunfe la virtud, y para renovar en la Iglesıa su primitivo esplendor. Cuando el pastor es santo, presto lo es toda la grey, por eso debemos orar por nuestros sacerdotes y prelados. El ejemplo hace gran fuerza en los corazones muchos hacen resistencia a las palabras; pero al ejemplo pocos se resisten.

Y si la virtud de este es de tanta eficacia aun viniendo de la gente mas oscura, ¿qué imperio no tendrá cuando se encuentra en personas sobresalientes o por su nacimiento, o por su elevación, o por su clase? Cuanto mas superior es el sitio de donde sale el buen ejemplo, mas activa es su virtud, y mas se difunde su esplendor.

El oficial que se abalanza el primero a la brecha, anima al soldado mas cobarde; pero si él se queda en el campo, poca fuerza harán á la tropa sus exhortaciones. In omni re præbe te ecemplum bonorum operum, decía san Pablo á su querido discípulo. 


¿Quieres hacer fruto? ¿quieres que aprovechen tus correcciones, y que tus exhortaciones no se pierdan? Pues ve todo con el ejemplo, en la integridad, en la doctrina y en la prudencia.Siempre comenzó Cristo haciendo aquello mismo que había de enseñar. Si quieres enderezar al rebaño, reformar tu comunidad, santificar tu familia educar bien a tus hijos, enseñales el camino del cielo yendo tu delante.

Sé tu lo que quieres que ellos sean; practica las virtudes que deseas que ellos practiquen; evita los pecados que pretendes no cometan ellos: siendo imitadores de tu conducta . Por lo menos el buen ejemplo es una viva censura de los que no tienen valor para seguirle.
 

Una mujer que se reforma, sirve de insuperable censura a otras que sabe muy bien tienen igual o mayor necesidad de reformarse; pero les falta el ánimo, el juicio o el entendimiento para hacerlo. Un joven que enmienda sus costumbres, da una muda, pero muy penetrante lección a los compañeros de sus disoluciones, haciéndoles su ejemplo conocer sensiblemente la indispensable necesidad que tienen de ejecutar lo mismo, si no se quieren perder.

Siéntese no sé qué secreto enfado al ver que aquellos que no eran mejores que nosotros, hayan caído en cuenta, y se acrediten de mas cuerdos; se hace cuanto se puede para desvanecer, para eludir, para disipar con insulsas zumbas, con truanescas chocarrerias estos importunos escozores, estos molestos remordimientos; pero á la conciencia no se la engaña con esta facilidad. Crece el despecho con los mismos remedios este es el verdadero origen de la ojeriza que tienen verdadera el mundo de la virtud y de los virtuosos; y esto es lo que siempre se debe esperar mientras haya en el mundo licenciosos. Demasiada luz ofende á los ojos flacos, irritando el humor que los debilita.



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